El problema de la seguridad

Jorge Miguel Ramírez Pérez

Viento en popa a toda vela… parafraseando al poeta José de Espronceda en su famosa “Canción del Pirata”, se mantiene a la vanguardia del terror, ese dolor de cabeza que es la inseguridad; ese látigo de pánicos que son los secuestros, los robos de combustible y el violento mercadeo de las drogas que dejan imbéciles a millones de los que quieren un rato de placer momentáneo y evitar el dolor de los debilidades consustanciales al ser humano.

Porque aunque es loable que se ponga el dedo en la llaga de los delitos, éstos, los crímenes, no fueron realizados por una evanescente generación espontánea que surge y desaparece por arte de magia, si no una serie de sucesos acompañados de datos, lugares, métodos y sobre todo delincuentes y sus protectores, con nombres y apellidos.

Porque los maleantes no son fantasmas como se quiere hacer ver, sino entes localizables, que la voluntad política, porque para eso es el gobierno, debería hacerles pagar los daños directos a las personas afectadas y el daño mayor, el colectivo, del que salen burladores los malos, siempre justificados por las más diferentes teorías de piscología social, de análisis de carencias afectivas, pero nunca determinadas por el rasero indefectible del resultado de las consecuencias, para que los que hicieron el daño, lo paguen con creces, como corresponde y como el pueblo que está consciente, lo pide.

En ese sentido el gobierno que no opera contra las amenazas a la paz, la tranquilidad y la seguridad de un territorio, por medio del ejercicio de una violencia institucional, que tipifica una ética actuante, no diletante; no se sostiene, no se justifica.

El gobierno es la única fuente y central autorizada para poder parar en seco al crimen y a la inseguridad. Tiene las facultades y se le dota de recursos para hacer ese trabajo, que no se hace, por cierto gratis, sino se les paga; por eso, eso, de donar sueldos es un eufemismo para evadir la principal obligación que es la seguridad. Que nadie done sueldos, el gobierno necesita y el pueblo quiere, profesionales que hagan bien su trabajo, no improvisados, que tomen como hobby el servicio público, sin el peso de la responsabilidad que es consustancial.

Porque los ciudadanos no están pidiendo favores, esperando a ver quien se los hace. Es una obligación que adquirieron los que están en la posición de autoridad y la adquirieron por gusto o por vocación. Que no salgan ahora que son expertos en psicología de la conducta huachicolera o consejeros espirituales o filósofos de la reencarnación.

Para eso no se les contrató.

El gobierno debe catalizar y conducir esas prácticas erróneas que hacen confuso su papel, utilizando otros valores que se corresponden a otras instituciones sociales como son la iglesia, que se fundamente en la fe y el perdón; o en la familia que se pondera como el núcleo de la preservación del patrimonio de la vida humana.

Porque el gobierno, que bueno que se oriente como estilo de conducción personal de sus integrantes a ayudar a los que no tienen, eso se llama caridad cristiana y que bueno, que se oriente al perdón entre los seres humanos, como elemento de práctica moral, eso se llama compasión; y que bueno que pueda a luchar contra la corrupción como compromiso ético; pero todos esos objetivos, el gobierno, léase, el gobierno, debe hacerlos desde el poder que le habilita para ser caritativos, perdonadores y compasivos; pero de manera personal sus miembros; porque como institución la obligación no opcional, es la de castigar al prevaricador; ese es el trabajo que distingue al gobierno, al estado tal, como lo apunta Max Weber que lo definió Trotski en Brest Linowitz, como el reclamante con éxito del monopolio de la violencia legítima en determinado territorio.

En pocas palabras lo del gobierno es ajustar cuentas con los maleantes. Ese es el trabajo, y para eso se alquilaron y pidieron el voto. A lo hecho, pecho.

Porque no es la iglesia, no es la familia, no es la comunidad, al estilo de “Fuenteovejuna” de Lope de Vega; los que deben usar la fuerza para someter a los que alteran la vida de tranquilidad y paz para las personas y los bienes, es el gobierno. Punto.

Por eso el estado Mexicano está en entredicho, porque nadie quiere hacer el trabajo del gobierno, su verdadero trabajo y origen de su poder: procurar la justicia y usar los medios legales- esa es la violencia legítima- la que urge.