La dictadura de la imagen

Por: Héctor Calderón Hallal

La palabra ha sido derrocada. Ha perdido su condición de liderazgo en cualquiera de sus formas: hablada o escrita.
Vivimos ya la dictadura de la imagen, que ha superado a la palabra como símbolo de interpretación, codificado, depurado y perfeccionado a través del desarrollo de la humanidad.

Si bien, una simple imagen de vídeo en las redes sociales, representa una forma “democrática” de informar y vincular a las masas, esto no puede ni debe entenderse como un progreso material ni humano.

La sociedad universal debe empezar a reconocer que no toda aquella innovación tecnológica implica un avance de progreso o “progresista” para la condición humana.

La palabra escrita, es una coordenada que sintetiza valores, creencias, conceptos y símbolos que implican una cultura del conocimiento. El libro sigue siendo un medio insustituible, cognoscitivamente hablando.

Bien lo señala desde 1997, Giovanni Sartori, en su generosa aportación escrita titulada ‘Homo Videns/La sociedad teledirigida’, cuando reconoce que hay diferentes formas o representaciones de cultura (subcultura), como la cultura del ocio, la cultura de la imagen, la cultura juvenil … y hasta la cultura de la incultura.

Y es que siempre ha sido más fácil ver que leer. El ser humano es inteligentemente flojo. Toma siempre el camino de lo más fácil, hasta en sus discernimientos.

Hoy, un “meme”, difundido “democrática” y masivamente en las redes sociales, las más de las veces, constituye un vehículo para la pereza mental, el ocio y la destrucción del congénere.

Aunque Sartori enderezó su crítica en su memorable “Homo Videns”, a la televisión, como vehículo para perpetuar lo que ya se fraguaba desde entonces como una dictadura de la imagen, bien pudiera tener aplicación para lo que sucede ahora en las redes con las “fake news” y los “memes”.

Si bien es cierto, el hecho de que las redes sociales sean un medio tan amplio y eficaz para transmitir una idea o una inquietud, que han convertido la difusión a niveles hiper-masivos y la han puesto al alcance de todo mundo, también es cierto que este medio no es el idóneo o no se está aprovechando integralmente.

La crítica de Sartori en los noventas decía: “Despertar con la palabra (con la radio), es algo insignificante con respecto a despertar con la visión de toda la humanidad de 6 mil millones de individuos, sus visiones, sus inquietudes, sus imágenes”, en alusión a la información televisiva.

No obstante, la televisión, así como ayuda también perjudica, ayuda y hace daño, dependiendo del sentido de lo que transmite y hacia quienes lo transmite; porque entretiene, divierte… pero también idiotiza, manipula y enajena, dijo el politólogo y sociólogo italiano.

Nada más cierto que eso.

Así también esta nueva forma de transmitir entre la sociedad de nuestros días, a través de las llamadas “fake news” (verdades a medias y/o mentiras completas), los “memes”, forma ramplona del escarnio y la burla pública y otras lindezas encontradas en esa forma masiva y “democrática” de contactarnos entre los seres humanos en los últimos tiempos.

Se nos ha impuesto como una dictadura, el predominio de la imagen, pura y llana, desprendida de un vídeo o de una escena de vídeo, para vendernos una verdad parcial, no probada y muchas veces ilegal… una verdad “a modo” para el promotor o detractor del otro individuo al que señala o critica; una verdad “estética” para sus fines perversos, pero ausente de “ética” para el defenestrado. Injusta per se.

Una imagen no es por mucho una razón. Ocupa no sólo explicaciones, sino también motivaciones, causas y fines. Una imagen transmite, pero no informa.

Las noticias falsas “fake news”, tan socorridas en la política y en la grilla que vemos hoy transitar inmisericordemente por las redes sociales, son siempre en base a vídeos o audios que, resultan insuficientes para establecer una razón justipreciada.

La semana anterior vimos hacer escarnio injustamente, de una mujer cerca de convertirse en septuagenaria (66 años) que, como protagonista de la vida pública de este país por su condición de influyente senadora del partido dominante, está moralmente obligada -al parecer- según el juicio sumario del que ha sido objeto en redes sociales por puros desconocidos, a nunca equivocarse ya tener dominio pleno –sin error ni distracción alguna- de las tecnologías de la información.

Martha Lucía Micher, mordaz e inteligente parlamentaria mexicana, de la escasa pero valiosa izquierda ilustrada de este país en la actualidad, se descuidó del dispositivo de encendido de la cámara de vídeo en la aplicación mediante la que se puede ahora sostener conferencias con varias personas a la vez, mientras se encontraba en la muy merecida intimidad del baño de su domicilio, cuando se disponía a asearse, por lo que estaba desnuda, como es de suponerse, pues nadie con dos dedos de frente se baña con ropa.

Y se videograbó durante una parte de la conferencia que sostenía como reunión de trabajo, con sus compañeros senadores, sin la intención de ello.

Pues la mujer fue objeto primero, de la cobardía de quienes difundieron las imágenes que, dicho sea de paso, no pueden ser razonamientos completos ni mucho menos especies informativas, pues una imagen es sólo eso… una imagen.

A simple vista no puede dar una idea completa, si no es con la ayuda de la mentalidad y la creatividad mitógena del receptor o de quien la interprete.

Decenas, cientos de hipótesis vimos correr incesantemente de un cibernauta a otro, de un chat a otro, de un blog o una plataforma a otra, de forma absurda e inmisericorde. Nadie esperó la explicación o razonamiento de la dama defenestrada y agraviada ya en su imagen, gracias a ese proceso indefectible de la desinformación.

Todo mundo quiso imponer sus hipótesis y explicaciones personales y a conveniencia, por ser un tema de interés político.
Se cometió sin duda, una injusticia con la senadora guanajuatense Martha Lucía Micher.

El otro oprobioso caso, lo constituye la deplorable muerte del ciudadano estadounidense George Floyd a manos de agentes policiales preventivos de Minneapolis, Minnesota, en la Unión Americana.

No es el primer caso en ese país, otrora paradigma de la igualdad y la libertad, de brutalidad policial e injusticia hacia los ciuadanos por causas tan absurdas e irracionales, como el aspecto físico o la condición social.
George Floyd era, a juicio de sus vecinos y cercanos, “el gigante amable que se había quedado sin empleo gracias a la crisis del coronavirus”, que fue confundido en un incidente de un billete falso de 20 dólares. Deplorable razonamiento para la humanidad entera.

Fue objeto de las displicentes fantasías de una “quintilla de imbéciles” vestidos de policías, que deshonrando el uniforme, lo sometieron hasta su muerte por métodos inadecuados –aunque no letales y por tanto legalmente permitidos- aun cuando les explicaba a gritos la víctima que no podía respirar.

Vivieron sus “cinco minutos de gloria” de su película de acción favorita esos miserables servidores públicos americanos que, dicho sea de paso, como el grueso de la población estadounidense, ya no lee; se instruye de las películas de violencia que ve “desparramado en el sillón de su casa” en su día de descanso, tragando comida chatarra, alimentando una locura que no tiene fin ni fundamento. Esta es la sociedad que está forjando la industria del cine, desprendida en su mayoría de efectos visuales, clissés y estereotipos violentos, que no corresponden a la realidad ni a la moral humana la mayorpia de las veces. Una vez, más la cultura de la imagen, de la superficialidad, tiene mucho que ver en esta atrofia moral del hombre contemporáneo.

Estos son los servidores públicos que velan por la legaldad y el orden público en ese país.

¿A dónde va a parar pues la sociedad estadounidense? ¿A dónde va a terminar la sociedad mundial, si este es el país paradigma?

Injusticias y yerros respaldados por el propio inquilino de la Casa Blanca, al señalar que las protestas son injustas y son parte de un “plan orquestado” por grupos terroristas y sus opositores de la izquierda radical.

Es necesario impulsar un uso más racional e integral de las imágenes y de toda la información que fluye en las redes sociales.

Reflexionar y aprovechar lo comprobadamente útil y desechar lo nocivo. Aunque suene esta propuesta como una forma de censura.

Ante tanto caudal informativo, más análisis y menos juicios a priori. Más impulso a la Data Science.
Menos violencia como método de explotación sensorial en el consumidor de la industria del cine y, a cambio, más argumentos, más reflexión en los guiones, más historias de motivación.

La democracia y la justicia pierden, con esta dictadura de la imagen, en la verdad y su consecuenciia.

Porque sólo es información útil, la que construye una cultura del conocimiento, para crecer y transformar; no para juzgar, humillar ni someter al escarnio público a los demás.

Autor: Héctor Calderón Hallal
Contacto en redes: hchallal99@gmail.com; @pequenialdo