México sangriento

Norma Meraz

Cuando nos referimos al resultado de algún conteo y/o estadística, decimos siempre que los números son fríos, sin embargo, los datos de fondo que arrojan esos números son el asunto más preocupante que ahora nos ocupa.

Consignado está el dato de cuántos homicidios se registraron en el año 2017: 31 mil 174, cifra superior a la del año 2016.

Estos números así de fríos nos revelan los problemas más graves que trastocan la vida de los mexicanos.

Un promedio de 70 asesinatos por día –según datos del Instituto Nacional de Estadística– ubican al año 2017 como el más sangriento en lo que va del siglo.

Las autoridades de seguridad dan en llamar “homicidios dolosos“ –como si hubiera de otros–. Todos se resumen en pérdidas de vida humana. Ausencias que dejan dolor y abandono a familias enteras, parece que solo sirven para abultar las estadísticas.

Siempre son de impactar las cifras que nos indican el incremento constante de asesinatos.

El número de pérdidas humanas que aumenta año con año, mejor dicho, día con día y hora por hora a causa de la violencia, nubla la vida de un país que no lo merece.

Cómo y con qué combatir el crimen que a su paso deja cuerpos sin cabeza, cuerpos destripados, cabezas embolsadas, cajuelas de vehículos repletas de cuerpos triturados sin vida.

La existencia de fosas clandestinas atestadas de cadáveres cuyos deudos nunca los encontrarán. Hay panteones llenos de dolientes que gimen, lloran y despiden a sus muertos con lágrimas lamentos y cantos.

Hay funerarias saturadas de féretros cubiertos con cartas y flores en donde solo se escucha el murmullo de los rezos y los gritos de dolor por la ausencia de los seres queridos de los dolientes.

En otro orden de cosas, vemos que la nota roja ocupa grandes espacios en los medios de comunicación. Mencionan casos de secuestro, extorsión, desaparición y ajusticiamiento en Tijuana, en Ciudad Victoria, en el Estado de México –con el nada honroso número uno en feminicidios–, en Guanajuato, en Guerrero, en Jalisco, en Michoacán, en Morelos y así podría mencionar a la Ciudad de México y otras entidades del territorio nacional.

Mientras se extiende la violencia y la criminalidad, las autoridades encargadas de brindar seguridad a los ciudadanos, se concretan a difundir información acerca de la captura de los cabecillas de carteles de la droga –que sólo ha redundado en la fragmentación de las células criminales del narcotráfico– como si ésta fuera la mejor estrategia para acabar con el problema y se calmara el ambiente de miedo y en muchos casos de pánico que invade al país.

Ya se trate en casos de asaltos, secuestro, desaparición o asesinato, los delincuentes huyen y nunca son capturados.

De cada 10 casos denunciados, sólo en tres se sigue la investigación.

Con cuál plan de seguridad se combatirá y arrancará de raíz la endemia llamada impunidad.

Con excepción del armamento con que cuentan las Fuerzas Armadas, los sicarios de la droga y huachicoleros superan en mucho el equipo que usan quienes se encargan de hacer frente al crimen organizado.

Cuando una célula del narco arriba a una población –cualquiera– de inmediato se ocupa de bloquear todo tipo de señales de comunicación, dejando aislados a sus habitantes por espacio de 2 ó 3 días.

Estos hechos, la gente no los denuncia por temor a que los descubran y los maten, prefieren callar, a sabiendas de quienes son los que los someten.

Este relato es una pequeña muestra de lo que esconden los números negros y fríos de las encuestas, censos y sondeos que de pronto sorprenden, pero que en el fondo huelen a tragedia Una tragedia que ensangrienta a México.

No hay de otra…

¡Digamos la Verdad!