Niños trabajando

Por: Héctor Calderón Hallal

Después del encontronazo con las cifras vino la reflexión: En más de 40 años no se ha hecho absolutamente nada para resolver el problema.

El trabajo infantil en México y América Latina persiste como abominable jettatura, sólo digna de enumerarse por Galeano, en “Las venas abiertas de América Latina”, en 1971.
La búsqueda de mano de obra barata y los productos primarios son los principales objetivos de esta indeseable práctica por parte del capitalismo salvaje, auspiciada por los sectores agroexportador, manufacturero y ahora hasta por las mafias nacidas al amparo de la delincuencia organizada trasnacional.

Pero también por la cultura de nuestros pueblos y nuestra idea del deber transmitidas oralmente a través de las generaciones, imbuídas en un espíritu medieval. En el trabajo del feudo, sirviendo a un Señor dentro del inmueble amurallado.

Porque el juglar que fue investido de soldado del reino de Castilla y Aragón y que llegó a las “indias” occidentales en las postrimerías del siglo 15, no terminó de asimiliar o conocer siquiera, las nuevas ideas del renacimiento que llegaban desde Firenze y otros conglomerados urbanos.

Ese soldado, nunca fue parte de los “burgos”, esa nueva clase social forjada en los alrededores del feudo: la burguesía.

Y llegó a América, fundando estirpes y dinastías profanas, pero bajo el signo de su anacrónica formación feudal y oscurantista.

Y sembró la idea por generaciones, aquel soldado español que desposó a nuestra tatarabuela indígena, de que un hombre acasillado en un feudo puede pertenecer a otro hombre que acumule más riqueza y poder; y que al igual sucedería con sus hijos y sus nietos.

El trabajo infantil en América Latina y en México especialmente es pues, una afrenta histórica pendiente en la agenda pública nacional, cuya resolución debe ser abordada a la brevedad.

La Organización Internacional del Trabajo (OIT), estima que unos 6 millones de menores de edad sufren explotación laboral en América Latina, desempeñándose en trabajos peligrosos.

En total, alrededor de 10.5 millones se encuentran en situación de trabajo infantil, es decir, el 7.3 por ciento de la población regional de 5 a 17 años.

La esclavitud infantil se da sobre todo en el sector agrícola. Sin embargo, no solo es un problema rural. La minería, los basureros, el trabajo doméstico, la cohetería y la pesca son otros sectores de alto riesgo para los niños y las niñas.

Entre las peores formas de trabajo infantil figuran la explotación sexual comercial, la trata de niños y niñas con fines de explotación laboral y la utilización de niños y niñas en conflictos armados y el tráfico de drogas.

Un fenómeno aceptado
En muchas familias latinoamericanas, el trabajo infantil se acepta como un ingreso adicional. Se busca ese ingreso. Sobre todo en las comunidades que dependen de la agricultura; y muchas veces es visto como una tradición.

“Algunas actividades pueden ser consideradas parte de la formación y socialización de sus integrantes, lo que relativiza los riesgos y peligros que pueden entrañar para el desarrollo y la seguridad de niños, niñas y adolescentes”, se lee en la página online del Programa Internacional para la Erradicación del Trabajo Infantil (IPEC, por sus siglas en inglés), de la propia OIT.

Algunos ejemplos tangibles de esta “aceptación tácita” del trabajo infantil, se da en la cosecha de caña de azúcar en América Latina. Muchas familias bolivianas van a la cosecha en Argentina o Chile. Asimismo, en las minas de la región, los menores de edad trabajan más de ocho horas bajo condiciones extremas.

Y ni qué decir del caso mexicano, con los millares de familias migrantes de los estados de Chiapas, Oaxaca, Guerrero y otros, que se trasladan en tiempos de cosecha o “pizca” de hortalizas, a los valles de Sinaloa, Sonora y Baja California.

Y no obstante que hay programas gubernamentales para dar educación y asistencia alimenticia y de guardería a los menores para que los padres cubran las faenas del campo, son los propios padres los que “establecen la condición” al empleador desde antes de abordar el camión que los conducirá hacia el noroeste del país a una estancia de varios meses: “sin el ingreso que significa el salario de sus menores hijos… no les conviene; no aceptan”.

Mucho se había avanzado ya los primeros años del siglo, estableciendo el andamiaje legal en México para prohibir el trabajo infantil en general, no sólo en el campo. Tan sólo el caso del “cerillito” en las grandes cadenas de almacenes, se suprimió en buena hora al trabajador infantil por adultos mayores; situación que también propiciaría todo un análisis de coyuntura jurídico-laboral. Pero por lo menos ese es un avance ya.

Quedan los niños explotados en el campo, en los cruceros de las ciudades, en los arrabales donde operan y se refugian los tratantes de menores, en las casas de citas y en cualquier esquina donde haya un niño “esperando y observando misteriosamente” no se qué, (halcón o “puntero” de la delincuencia), en su bicicleta o a pie, a altas horas de la noche.

La fractura del Estado en muchos países latinoamericanos o, incluso, la notoria ausencia de este en muchos temas de tipo social, es la gran e inesperada resultante de la gestión de los nuevos gobiernos alineados al populismo.

La gente ya notó y entró en decepción, ante la incapacidad que muestran para resolver temas de interés social que son per se, urgentes de resolver para reafirmar la finalidad del propio Estado como ente rector y que recibe o delega autoridad.

Y aunque ciertamente el trabajo es formativo, no son las mismas condiciones en que se asume el trabajo de un niño de clase media alta o aristócrata, que las de un niño que trabaja “por obligación o por sobrevivencia”, dejando de lado el imprescindible proceso de educación escolar.

Cabe señalar que cuenta mucho la actitud arrogante de los gobiernos actuales emanados del populismo, sean éstos del extremo ideológico que sean, todos al final se juntan y se parecen.

Por ejemplo, el derechista brasileño, Jair Bolsonaro, afirmó que “el trabajo no impide a nadie progresar en la vida”. Él mismo –dice- “ayudó en la granja de sus padres a la edad de nueve o diez años”. Y afirma que eso no le hizo daño en lo más mínimo…. Pues no… no es lo mismo, porque él lo hacía con sus necesidades resueltas y como una actividad meramente ocasional, formativa.

Nunca será lo mismo una jornada de la cosecha de tomate en los valles de Navolato o San Quintín, a las dos de la tarde de un julio o un agosto cualquiera… que jugar al granjero mientras papá lo cuidaba a lo lejos tomando una copa de oporto y fumándose un habano.

En el caso de México ni siquiera es momento de reprocharle al actual gobierno la situación que priva en este gran pendiente de la agenda nacional.

En estos momentos el Presidente López Obrador y sus colaboradores están enfrascados en una fratricida batalla contra unas camas clínicas y unos respiradores artificiales a los que, por leves “errorcitos de cálculo”, se les pasó programar y adquirir con tiempo para atender la amenaza de la pandemia que azota al mundo.

Asombrosos y reprochables deficiencias en la planeación presupuestal y, sobre todo, en la responsabilidad que como Gobierno Federal tuvieron de acatar con compromiso, las indicaciones que desde el pasado 30 de enero hizo la Organización Mundial de la Salud (OMS), sobre los protocolos que se debían seguir como gobierno y al frente de la sociedad, dada la crudeza de la pandemia que empieza ya a dar sus primeros golpes a la economía y a la estabilidad de la nación y del mundo.

Así que ni por asomo, podría atender el gobierno encabezado por López Obrador este tema pendiente del trabajo infantil. Será un asunto que un gobierno posterior atienda. A este ya se le agotó el tempo, los recursos y la voluntad.

No obstante como sociedad no podemos permitir que se reproduzca la paráctica de los niños trabajando en lugar de estar en la escuela.

Sería bueno que las ideologías adopten del humanismo, el perenne axioma surgido con la Revolución Francesa: “La noble idea de que todo hombre ha sido creado para un destino superior o sublime”.

Hemos envejecido quizá como sociedad y después de los cuarenta años, para decirlo a la manera de Eduardo Galeano, la verdadera cara la tenemos en la nuca, mirando desesperadamente para atrás… cuando todo ya es irremediable… cuando la infancia se volvió una madurez “precoz” y tengsmos que seguir viendo en las comunidades más pobres de México, a niñas criando niños.

Y aunque es cierto que “a contrasol, la yerba crece”, pues Juárez, ni Lincoln y ni el mismo Jesús de Nazareth escaparon al trabajo infantil, también es cierto que el progreso material de la humanidad debe servir ya para relevar de la función laboral a los niños y a los mayores, a fin de generar condiciones para su educación y su seguridad social.
Que este Día del Niño, sea un buen pretexto para pensar en la solución y su erradicación.

Que en cada niño mexicano, donde reside una hermosa promesa de redención que el Creador nos hace, nos inspire lo suficiente para reflexionar como sociedad, la forma de trastocar esta mala práctica.

Porque tenemos que sacar fuerzas de la debilidad, con la resiliencia que apuntó Juan Gelman en “Los salarios del impío”, al escuchar el “canto del jilguerito, que a pesar de todo nos dice buenos días con su canto, en medio de la desolación”.

Porque no es el destino de ningún niño ni mexicano ni universal, ni “la muerte lenta, ni el exilio, ni la ignorancia, ni el olvido, ni la miseria lejos del suelo natal”…..pues esos integran “el salario que un impío merece”… no un niño.

Autor: Héctor Calderón Hallal
@pequenialdo

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